Queremos invitarlos a la inauguración de la exposición “Liberado de todo prejuicio”, el jueves 2 de mayo, a las 19hs, en el MGP.
Basada enteramente en la Colección Permanente del museo, las obras se encuentran distribuidas en las salas a través de temáticas tradicionales del arte, proponiendo simultáneamente diferentes reuniones entre ellas con la finalidad de resaltar los contrastes entre diferentes lenguajes pictóricos.
Sugerimos un concepto clásico de la estética para acompañar el recorrido: el gusto estético. Una idea que propone una organización específica de nuestra mente para contemplar las obras de arte. Permite estructurar nuestras facultades, ensanchando nuestra experiencia y permitiéndonos ir más allá de un mundo inmediatamente lindo o feo, hacia un sentido y un sentimiento exclusivo de esa práctica.
Esta muestra ha sido ideada, curada y producida en su totalidad por los trabajadores de cultura del equipo del Museo Genaro Pérez y su Centro de conservación y restauración, custodios de esta hermosa colección de arte, propiedad de todos los cordobeses y espejo de su historia. Continúa así la programación del museo con una línea ya instaurada hace años, centrada en la Colección Permanente e inspirada en proyectos curatoriales anteriores, como “Recomienzo continuo” -curada por Luís García y Indira Montoya, en el año 2021- y la reciente “Primuras de un jardín desmesurado” -curada por Celina Hafford, en el 2023-.
La entrada es libre y gratuita, sin inscripción previa.
Toda la info, catálogo y visita guiada, haciendo click aquí.
¡Les esperamos!
TEXTO CURATORIAL – LIBERADO DE TODO PREJUICIO
“Sólo el sentido fuerte, unido al sentimiento delicado,
mejorado por la práctica, perfeccionado por la comparación
y liberado de todo prejuicio
pueden proporcionar a los críticos este valioso carácter;
y el veredicto conjugado de críticos así,
independientemente de en dónde se les encuentre,
es el verdadero estándar del gusto y la belleza”
David Hume
La norma del gusto (1757)
Al ingresar a una sala de un museo y encontrarnos con las obras dispuestas de manera orgánica, estamos frente a una forma única y particular de exponerlas, entre otras tantas infinitas posibles. Esto es el producto de que alguien (un curador) las ha seleccionado, organizado y presentado según una idea (un concepto curatorial), que nos servirá de clave de acceso a un sentido propuesto.
Análogamente, al contemplar profundamente una obra de arte, cuando buscamos agotar esa experiencia e intuir lo que hay de único en ella, es necesario un proceso similar; debemos seleccionar, organizar y presentar el material artístico pero dentro de nuestra mente. Es necesaria una curaduría de nuestro espíritu, un nuevo acomodo de nuestras capacidades para favorecer una nueva manera de mirar. Es sobre esta experiencia que queremos hablar aquí.
Proponemos hacerlo también a través de un concepto que nos permita estructurar nuestras facultades de contemplación. Nos referimos al concepto histórico del gusto estético. Lo desmembraremos en cada una de las partes que lo componen, resaltaremos cada una de sus potencialidades y haremos hincapié en aquello que tiene de peculiar y diferente.
El gusto estético es una idea que se aprende y que nos permite ensanchar nuestra experiencia, que nos permite ir más allá de un mundo inmediatamente lindo o feo, hacia un sentido y un sentimiento que no puede decirse ni sentirse de otra manera.
Al comenzar el recorrido, encontrarán que las salas del museo están divididas según diferentes temáticas clásicas: retrato, naturaleza muerta, paisaje, abstracción y geométrico. Todas las obras expuestas pertenecen a la Colección Permanente del Museo Genaro Pérez, y han sido dispuestas formando diferentes grupos, paneles, de manera que cada uno de ellos represente una continuidad estilística que nos permita realizar saltos llamativos entre los diferentes lenguajes visuales. Estos quiebres y distancias son una oportunidad para pensar juntos las diferentes maneras en las que el gusto estético se invoca o, incluso más interesante aún, descubrir porqué una obra no gusta, no la entendemos o porqué hemos de cambiar nuestro juicio al respecto ante una obra que nos era indiferente.
Esta muestra ha sido ideada, curada y producida en su totalidad por los trabajadores de cultura del equipo del Museo Genaro Pérez y su Centro de conservación y restauración, custodios de esta hermosa colección de arte, propiedad de todos los cordobeses y espejo de su historia. Continúa así la programación del museo con una línea ya instaurada hace años, centrada en la Colección Permanente e inspirada en proyectos curatoriales anteriores.
VER LO QUE NOS GUSTA
Aprender a ver una obra de arte requiere de nosotros que estemos dispuestos a abandonar nuestros prejuicios y que con ello podamos redefinir algunas palabras, darles más exactitud. En esta línea, comenzamos por afirmar algo que esperamos produzca una explosión: el gusto estético no es la capacidad de determinar si algo es lindo o feo.
Que algo nos resulte agradable, desagradable o indiferente es solamente una reacción en nuestros sentidos. Es una experiencia inevitable, espontánea, que todos tenemos, pero no es la esencia de percibir la belleza de una obra de arte.
La belleza no es el resultado de una mera estimulación agradable de nuestros sentidos, como cuando tenemos frío y encontramos una luz matinal cálida que nos reconforta. Tampoco es lo que sentimos cuando, incluso en una obra de arte, nos gustan los colores que usó el artista.
Por supuesto que todo conocimiento, incluso el estético, comienza por los sentidos. Ante todo, debemos detenernos a mirar la obra. El mundo nace en nuestros ojos, pero el camino hasta la belleza es más complejo, extenso y gratificante.
Lo que diferencia esta experiencia de otras, lo que la distingue de nuestra capacidad de decir cómo es el mundo o de cómo debería ser el mundo, lo que nos permite decir porqué es interesante, depende de qué hacemos en nuestro interior con esa información que hemos percibido con nuestros ojos.
Hasta aquí no hemos hecho nada diferente a lo que solemos hacer frente a cualquier otro objeto, lo hemos visto y espontáneamente hemos sentido o no algo sobre él. Es justo en este momento cuando la cosa se pone interesante, porque sin alejarnos de la obra, mientras la estamos mirando, la experiencia del arte requiere de nosotros la participación de otra de nuestras facultades: la imaginación.
Imaginar en este sentido no significa fantasear, crear cosas que no existen mezclando cosas que conocemos (cuerno + caballo = unicornio). Imaginar aquí significa proyectar lo que hemos visto sobre el lienzo de nuestra mente, retenerlo en nuestro interior para que, liberado de la materialidad y los sentimientos espontáneos que produce, podamos analizarlo vinculando cada una de sus partes y disfrutando cómo esas partes hacen a un todo.
Estamos mirando alguna de las naturalezas muertas expuestas en las salas. Uno puede verlas y espontáneamente sentir que le gustan las flores, son lindas. Pero no nos quedamos con eso, permanecemos frente a ella y retenemos la imagen en nuestra memoria, comenzamos a descomponerla, nos damos cuenta de que en realidad no es una flor, es un conjunto de manchas y texturas con diferentes formas, en cierto sentido aisladas unas de otras, contrastadas en su cercanía. Allí tenemos la posibilidad de que nuestra imaginación reúna todo orgánicamente y nos entregue otra flor donde hasta hace un segundo sólo había materia de colores. Ese acontecimiento mental es mucho más bello que cualquier flor que nos parezca linda.
La idea de belleza a la que apuntamos aquí es ese gusto, ese placer que nos da esa coincidencia, ese encastre entre elementos diversos en la unidad de nuestra conciencia. Esto, paradójicamente, puede sucedernos frente a algo que nos resulta feo; podemos encontrar placer en entender estéticamente lo desagradable. El mundo comienza a expandirse.
Esto, a su vez, es solo el comienzo. Una vez reconstruida la imagen en nuestra mente, comienzan las relaciones con otras imágenes de nuestra memoria que, según nuestra historia y condiciones personales, la enriquecerán por comparación y práctica. Cada una de esas nuevas conexiones es ocasión de placer estético.
Esta ecuación no está completa hasta que no se sume a la imaginación una nueva facultad: el entendimiento, nuestra capacidad de ordenar el mundo según conceptos. Pues hay un gran placer estético en establecer relaciones entre esta imagen particular -creada por nosotros en nuestro espíritu- y las ideas de nuestra mente que, ahora vinculadas a ella, adquieren un matiz único. Aparece un nuevo sentido de nuestras ideas porque están encarnadas en esta forma particular que es la obra artística. La tristeza que puede evocar en nosotros una pintura, ahora sabemos que es una nueva forma de tristeza que no está en la pintura sino en nosotros, tan nueva que tal vez la palabra tristeza no sea ya completamente adecuada para describirla.
VER LO QUE NO NOS GUSTA
Seguramente alguna vez hemos tenido la experiencia de apreciar una obra y que ésta nos resulte indiferente o disguste, incluso habiéndonos tomado el tiempo y el trabajo de apreciarla con una actitud contemplativa coherente con la búsqueda del placer estético que hemos descrito. Es lo que nos puede suceder si estamos acostumbrados a escuchar melodías barrocas o clasicistas y de pronto somos expuestos a la atonalidad o a la micropolifonía, o es lo que nos puede pasar si estamos acostumbrados a la pintura romántica, mimética, ordenada, armoniosa y proporcionada, y luego nos encontramos con pinturas vanguardistas, abstractas, geométricas o conceptuales.
No podemos crear reglas para favorecer la apertura de la obra a nuestras facultades. La obra nada tiene en ella que objetivamente pueda funcionar como catalizador de nuestro sentido estético. Tampoco de nuestro lado hay reglas teóricas, principios objetivos o silogismos a incorporar sobre qué es o qué no es bello.
Se trata más bien de que, al incorporar y comprender el fenómeno de la belleza y el gusto, facilitemos la oportunidad de su aparición; de que aprendamos a mirar entendiendo que los elementos de una pieza -materia, forma, concepto- pueden encontrarse conjugados de tantas maneras como obras existan.
Esto nos sucede muchas veces frente a obras de arte contemporáneo, donde las técnicas son experimentales y el sentido no puede ser traducido directamente a un lenguaje natural. Es posible que, luego de acceder a una explicación visual o narrativa de la obra, sintamos realmente placer al transformar la sensación inicial de irrelevancia o insustancialidad en una sinapsis poética inteligente.
Esperamos que la presentación propuesta de las obras en las salas facilite el desconcierto del gusto y represente saltos de lenguajes estéticos, ofreciendo así la oportunidad de cultivar y expandir nuestra mente, apreciando la multiplicidad y excentricidad de nuestro mundo.
CULTIVAR EL GUSTO
Aprender a experimentar el arte es, entonces, aprender a usar nuestras facultades frente a objetos únicos, cuya organización interna es siempre una ocasión desafiante que no nos permite descansar en sistemas ya aprendidos.
Cultivar el gusto es estar lo más preparados posible para experimentar la belleza en nuestra mente. Estar atentos, volvernos lo suficientemente sensibles, intelectualmente estimulados y predispuestos para que el arte nos nutra, es decir, nos diga algo a través del placer.
Es oportuna y hermosa la propuesta del filósofo David Hume, que encabeza este texto en la cita inicial y que se encuentra como trasfondo de todo lo dicho: Necesitamos para la actitud crítica frente al objeto bello un sentido fuerte, ser sensorialmente capaces de percibir con exactitud, de distinguir las sutilezas en las cualidades y formas de la obra. Un sentimiento delicado, pues es necesario estar igualmente atentos a las reacciones de nuestra mente frente a ellas. Debemos intensificar ambos, sentido y sentimiento, a través de la práctica constante; pues el arte es un lenguaje del mundo que debemos hablar cotidianamente para poder pensar con él, lo cual se hace comparando obras de diferente procedencia e intención. Pero, ante todo, debemos estar libres de todo prejuicio, pues nada facilita más el fenómeno del placer mental que es la belleza que estar lo más despojados posible de los bemoles de nuestra historia psicológica, prejuicios y carácter, para ser así capaces de descubrir la belleza a pesar de ello, olvidándonos de nosotros mismos.